Se hallaba ahora saturado de olores y sus miembros se apoyaban cada vez con más fuerza en los almohadones. Una embriaguez maravillosa le nublaba la mente y, sin embargo, aún no había llegado al final de la orgía. Sus ojos ya no podían leer, hacía rato que el libro le había resbalado de las manos, pero no quería terminar la velada sin haber vaciado la última botella, la más espléndida: la fragancia de la muchacha de la Rue des Marais...
La bebió con recogimiento, después de sentarse para este fin muy erguido en el canapé, aunque le costó hacerlo porque el salón púrpura oscilaba y daba vueltas a su alrededor con cada movimiento. En una posición de colegial, con las rodillas y los pies muy juntos y la mano izquierda sobre el muslo izquierdo, así bebió el pequeño Grenouille la fragancia más valiosa de las bodegas de su corazón, vaso tras vaso, y se fue entristeciendo cada vez más. Sabía que bebía demasiado; sabía que no aguantaba lo bueno en tanta cantidad y, no obstante, bebió hasta vaciar la botella. Avanzó por el pasaje oscuro de la calle hasta el patio interior. Se acercó al resplandor de la vela. La muchacha estaba sentada, partiendo ciruelas amarillas. A lo lejos explotaban los cohetes y petardos de los fuegos artificiales...
Dejó el vaso y, todavía como aturdido por el sentimentalismo y la borrachera, permaneció sentado unos minutos, hasta que le hubo desaparecido de la lengua el último regusto. Tenía la mirada fija y el cerebro tan vacío como la botella. Se dejó caer súbitamente de lado sobre el canapé y quedó al instante sumido en una especie de letargo.
(...)
Se apoyó en la pared de piedra, estiró las piernas y esperó. Ahora debía mantener el cuerpo completamente inmóvil, inmóvil como un recipiente que amenaza con derramar su contenido después de un movimiento demasiado brusco. Poco a poco logró normalizar su respiración. El corazón desbocado empezó a latir más despacio, la excitación remitió. Y de improviso la soledad invadió su ánimo como un reflejo negro. Cerró los ojos. La oscura puerta de su interior se abrió y él cruzó el umbral. Y dio comienzo el siguiente espectáculo del teatro anímico de Grenouille.
Sûskind, Patrick- El Perfume
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